Colaboración para el desarrollo
Por José Emanuel Muñoz
“El que te creo a ti sin ti, no te puede salvar a ti sin ti”
(San Agustín)
Estas palabras de san Agustín, sin duda dejan en claro que Dios necesita de nosotros para poder salvarnos, del mismo modo como necesitamos de la bendición de Dios para lograr salvarnos. De igual forma, esta frase es una sentencia de la necesidad que tenemos todos los hombres del apoyo y la colaboración de toda la creación para desarrollarnos.
Así, sin la colaboración de toda la creación no es posible pensar en el desarrollo porque siempre tendremos algo que no podemos lograr con nuestras propias fuerzas. Desde esta realidad es que el santo padre Pablo VI llama a la humanidad a trabajar en pos del progreso de los pueblos desde dos formas principales. La primera, invitando a que las sociedades desarrolladas permitan y faciliten herramientas hacia los pueblos menos desarrollados. La segunda, llamando a los países en vías de desarrollo a colaborar entre ellos. Pero, ¿cómo es que se da esa verdadera colaboración en el sentido humano?

Retomando a Pablo VI, considero que la colaboración tiene dos puntos de referencia muy importantes: la colaboración tecnológica y la colaboración cultural. Esto no quiere decir que las naciones con poder y dinero, bajo pretexto de llevar el desarrollo, terminen con la cultura de un país o región del mundo e impongan su cultura y los hagan dependientes a ellos, como pareciera que sigue sucediendo desde el lejano siglo XVI. Más bien va en la línea de convertir a la educación y la divulgación en verdaderos espacios de encuentro, diálogo que promuevan el desarrollo integral de las personas y los pueblos.
Así, el compartir los avances de la ciencia en un espíritu de caridad fraterna es uno de los caminos, por no decir que es la única forma, para que todos aquellos que están en la miseria salgan de ella. Estoy consciente que es un proceso complicado y que tenderá a fomentar la dependencia en la medida en que en muchas ocasiones se tendrá que recurrir a ellos para reparar o mejorar los procesos; pero podría potenciar la gran capacidad del hombre para aprender y resolver problemas.
Considero que para el mexicano, ésta debería ser una tarea realmente fácil, ya que según nosotros, culturalmente somos un pueblo que siempre busca y resuelve cómo reparar las cosas. Pero, lamentablemente, lejos estamos de eso, e imposibilitados cuando por derechos de patente, restricciones, limitaciones y prohibiciones para los usuarios, nos vemos obligados a depender aún más de las potencias.
El segundo aspecto y quizás el más importante es crear cultura a través de la educación. Muchas críticas surgen en torno a esta idea, pero nadie puede negar que es importante que los hombres y mujeres tengan habilidades tan simples y esenciales como saber leer o tener la capacidad de realizar operaciones matemáticas, para quienes no son capaces de realizarlas les resulta un golpe a su humanidad y a sus derechos humanos. Además de la importancia de la socialización e internalización de habilidades y valores socio-comunitarios.

Uno de los problemas es cuando, quizá por cierto amor a las instituciones que nos han provisto de formación académica, caemos en la trampa de pensar que esa es la única educación que existe y vale, desestimando, ignorando e invisibilizando otras formas, medios y caminos.
Una grandísima oportunidad es el realizar un genuino apostolado entre los pueblos más alejados e iniciar con lo básico, donde en muchos casos, los niños no saben leer y hacer operaciones. Y, al mismo tiempo, nosotros tenemos la oportunidad de aprender a compartir desde el amor y de aprender de ellos. En este sentido, es loable la acción de los alfabetizadores y demás voluntarios y miembros de organizaciones que promueven este tipo de acciones.
Así, considero que la educación como compartir está lejos de ser una tarea netamente institucional, y es más un llamado a que nosotros mismos comencemos por salir a formar parte de esa colaboración en los espacios que tenemos a nuestro alcance.