La era antimigrante de Trump y la propuesta cristiana de la solidaridad

Mtro. Gerardo Cruz González

Imdosoc en Salida. Red Clamor-Celam

Cuando el Papa Francisco visitó la frontera de México con Estados Unidos, hace nueve años, para reconocer que los migrantes enfrentan un largo “camino de injusticias”, increpó a una sociedad y políticas inhumanas, haciendo un llamado de “¡No más muerte y explotación!”. En ese mismo acto sembró la esperanza cuando dijo: “Siempre hay una salida, siempre hay tiempo de implorar la misericordia del perdón”.

Estas palabras pueden ser una clave para la realidad actual que está ocurriendo en la frontera norte de México y sur de Estados Unidos, ante la llegada de la nueva administración del presidente Donald Trump.

Las disposiciones de Trump como presidente abarcan muchos puntos y tendrán muchas consecuencias en México y América Latina. Entre las medidas más destacadas se encuentran la declaración de emergencia nacional en la frontera, la reinstauración de la política “Permanecer en México” y la suspensión de programas de asilo.

Además de las deportaciones, el Presidente Trump ha autorizado las redadas y detenciones contra migrantes en lugares donde podían tener refugio. Hospitales, iglesias, escuelas y sus alrededores ahora dejarán de ser “lugares santuario”.

La declaración de emergencia nacional en la frontera movilizará el despliegue de fuerzas armadas, aumentando la militarización y las tensiones. Tiene una motivación de seguridad nacional, de reforzar, amurallar y blindar sus fronteras. No tiene una perspectiva de derechos humanos ni de la defensa de la dignidad de cada persona. Por otro lado, tiene una clara intención de generar miedo, de amenazar y amedrentar; es la narrativa de la violencia y la superioridad.

Otra medida de rechazo a migrantes y refugiados es la reinstauración del programa “Permanecer en México”, por el cual se obliga a los solicitantes de asilo a esperar en México mientras se procesan sus casos; es una expresión de entender a México como “tercer país seguro”. Además de exponer a los migrantes y solicitantes de asilo a lugares carentes de condiciones básicas para acogerlos, y sobre todo, para integrarlos, genera condiciones peligrosas de convivencia, especialmente por la falta de acceso a servicios básicos y programas de empleo temporal, así como el acceso a una educación que verdaderamente forme a las personas y las capacite para la vida laboral.

Además, Trump ha firmado una orden ejecutiva para poner fin a la ciudadanía por nacimiento, que afectará a muchas familias y generará incertidumbre legal.

Una de las medidas que más se han difundido mediáticamente es la suspensión de programas de asilo, como CBP One, que ha dejado a miles de personas sin una vía regular para buscar protección en los Estados Unidos. Las consecuencias inmediatas serán la congestión de las principales fronteras.

En esta línea, existen otras disposiciones que incluyen la suspensión del programa de admisión de refugiados por cuatro meses, la designación de carteles como organizaciones terroristas extranjeras, y el uso de la Ley de Enemigos Extranjeros de 1798 para deportar a miembros de pandillas y carteles. Además, la prohibición de asilo para nuevos migrantes en la frontera sur impide que los recién llegados soliciten asilo en Estados Unidos.

Todas estas disposiciones, inaceptables e injustas, han generado preocupaciones sobre su impacto en los derechos humanos y la dignidad de los migrantes, porque socavan gravemente la dignidad humana y ponen en riesgo a los migrantes más vulnerables.

En el fondo, estas medidas, tan aplaudidas por muchos, reflejan un mundo que atraviesa una crisis que mina la misma supervivencia como seres humanos, porque es parte de lo que el Papa Francisco ha llamado la “globalización de la indiferencia” que fortalece la “cultura del descarte”, por la cual millones de personas empobrecidas quedan al margen de tener las más mínimas posibilidades de contar con condiciones elementales de vida digna.

Ante la urgencia de lo que está pasando, muchas personas de buena voluntad, políticos y acciones pastorales están abocadas a mitigar los efectos nefastos que tendrán millones de personas que simplemente quedarán descartadas, ya sea porque serán deportadas o porque sus caminos para pasar serán más peligrosos y caros, y finalmente no podrán ingresar.

Pero las lecciones recientes en la historia de la humanidad nos instan a dejar de lado los intereses individuales y a crear una nueva era de solidaridad, en la que todos los seres humanos tengan la misma dignidad, y buscar que las personas tengan el derecho de salir de su tierra o quedarse en ella y encontrar en sus comunidades las condiciones básicas para que puedan desarrollarse. Hoy más que nunca, no podemos olvidar las causas estructurales que generan la migración forzada y, como humanidad, trabajar solidariamente con organizaciones de la sociedad civil, gobiernos, organismos y agencias internacionales, académicos, para construir puentes y atacar las causas injustas que generan la migración forzada.