Por Guadalupe Cruz Cárdenas
Reflexionar hoy sobre la paz y las migraciones nos remite a la invasión de Ucrania por Rusia, a los miles de personas asesinadas, a la crisis humanitaria y a los millones de desplazados que ha ocasionado. En este conflicto es posible mirar la complejidad que entraña la búsqueda de soluciones pacíficas y que busquen el bienestar de las poblaciones. En este marco, antes de preguntarnos qué le pedimos a nuestra Iglesia en torno a la paz y las migraciones podríamos revisar brevemente lo que está sucediendo en Ucrania, a la que miramos desnuda y que desde lejos y cerca nos mira tal cual somos.
De acuerdo con la información pública, lamentablemente, Kirill, el patriarca ortodoxo ruso, no sólo no ha condenado la invasión a Ucrania, ni pedido que se detenga, sino que la ha justificado. Algunos expertos han señalado que sin esta justificación “la guerra hubiera sido imposible”. Este aval ha profundizado el distanciamiento y el rechazo de la población creyente y de las autoridades religiosas ucranianas al patriarcado de Moscú, lo cual se suma a antiguos enfrentamientos por el liderazgo, el patrimonio material y las distintas concepciones de las iglesias ortodoxas sobre el poder y el Estado.
Por su lado, el gobierno ruso se ha apoyado en la religión para invadir Ucrania, apelando a “una supuesta defensa de los fieles y clérigos ortodoxos ucranianos que pertenecen al Patriarcado de Moscú y que […] son víctimas de una ‘ofensiva’ en su propio país”. Así, encontramos en los discursos de la invasión a Ucrania un “trasfondo religioso” que la autoriza y la presenta como una especie de guerra santa cultural contra el exterior (Occidente), que no sólo atañe a una disputa geopolítica ultranacionalista con un “enfoque mesiánico del destino de la nación”, sino también a una lucha por el “espacio espiritual”. Es una invasión en la que se da una lucha por la unidad, la cultura y los valores tradicionales y familiares defendidos por el patriarca Kirill, ante un Occidente que es “decadente y corrupto que apoya al grupo LGTB y todo tipo de distorsión ética".
Ante las desgracias acarreadas por la invasión es que cobran relevancia los esfuerzos de la diplomacia vaticana; las actividades de las iglesias locales; los encuentros, los discursos, las oraciones y las visitas a Ucrania, así como los llamados del papa Francisco y de toda la comunidad internacional a detener la guerra. Adquieren pleno sentido las palabras y las acciones ecuménicas e interreligiosas para parar la guerra y no justificarla bajo ningún argumento político, cultural y religioso. Señalo tres ejemplos:
1. La carta abierta contra la guerra y las armas nucleares, impulsada por el Dalai Lama y varios ganadores del Premio Nobel de la Paz, en la que:
· Se reconoce que la “invasión de Ucrania ha creado un desastre humanitario” y que nos encontramos frente “a la mayor amenaza de la historia: una guerra nuclear a gran escala, capaz de destruir nuestra civilización y causar vastos daños medioambientales por toda la Tierra”;
· Se exige “un alto al fuego inmediato y la retirada de todas las fuerzas militares rusas de Ucrania, y todos los esfuerzos de diálogo posibles para evitar este desastre final”, y que Rusia y la OTAN “renuncien explícitamente al uso de cualquier arma nuclear en este conflicto”;
· Se llama a todos los países a apoyar “el Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares”;
· Se rechaza “la gobernanza a través de la imposición o las amenazas” y se aboga “por el diálogo, la coexistencia y la justicia”, y
· Se invita a todas las personas a proteger el planeta, a crear un “mundo sin armas nucleares” y a darle “una oportunidad a la paz”.
2. Los llamados del Consejo de Iglesias y Organizaciones Religiosas de Ucrania, integrado por “16 iglesias y organizaciones religiosas, incluidos judíos y musulmanes”, en particular para que urgentemente se abran “corredores humanitarios para la evacuación de civiles” y para “garantizar la entrega de ayuda humanitaria”.
3. Las múltiples denuncias de abusos sexuales. Mujeres, organizaciones civiles, organismos internacionales y autoridades ucranianas están denunciando la creciente violencia sexual ejercida contra mujeres, adolescentes y niñas por militares rusos, y llamando a garantizar su protección. Estos abusos tienden a incrementarse porque más mujeres se han integrado a la resistencia. No olvidemos que en las guerras se exalta la violencia de la masculinidad hegemónica, por la cual “para muchos combatientes, tomar el cuerpo de las mujeres de la comunidad vencida forma parte de la conquista del territorio. Otra fuente dramática de vulnerabilidad está en la trata de mujeres”.
Éstas son algunas de las acciones desplegadas en la opinión pública, en los templos, en las mezquitas, en las sinagogas, en las parroquias, en las plazas y en otros espacios religiosos y civiles para alcanzar la paz y detener los desplazamientos forzados.
Así las cosas, para responder a ¿qué le pedimos a la Iglesia? es preciso que nos preguntemos ¿qué nos pedimos a nosotras/os mismas/os como Iglesia? Algunas respuestas serían continuar con lo que estamos haciendo, pero mejorándolo. Encontrarnos, escuchar, orar, contemplar y dialogar. Informarnos, difundir y colaborar en la medida de nuestras posibilidades con lo que personalidades y organismos internacionales, civiles y religiosos, están haciendo a favor de los distintos caminos para la paz. Sumarnos a los llamados a detener la guerra que millones de voces han proclamado desde el inicio de la invasión.
Recordemos, finalmente, que las plegarias, los deseos, las palabras y otras sencillas acciones son como un grano de mostaza. Nunca serán insignificantes para la paz y evitar los desplazamientos forzados, porque de una diminuta simiente puede surgir una planta que crezca y florezca, así como de la noche obscura despunta el alba. Tanto la semilla como el alba no se preguntan si son religiosos o civiles; sencillamente brotan y se extienden.
Es necesario informar mas profundamente en las comunidades de nuestra Iglesia lo que estamos viviendo en este tiempo, existen muchas comunidades viviendo en el dolor y en la indiferencia, tenemos como iglesia trabajar con la Evangelizaciòn de la esperanza , porque
la situaciòn del covid y la economìa ha provocado gran desanimo en las diferentes personas
y familias que se sienten derrumbadas y olvidadas. Continuar con la oraciòn y la acciòn.