Hace poco leía en una publicación en redes que quienes se nos adelantaron en el camino, en realidad nunca se han ido, pues les gusta esconderse en la música, en los sueños, en los recuerdos, en las calles. Esta frase es especialmente cierta en el caso del P. Benjamín Bravo, sacerdote comprometido con los más desfavorecidos, apóstol de la pastoral urbana, cuya partida ha cimbrado a la comunidad IMDOSOC.
La vida y obra del P. Benjamín es un testimonio ejemplar del amor misericordioso de Dios que, usando las palabras de Javier Prades, no solo nos conecta con aquellos a quienes provocó su testimonio, sino sobre todo con Dios. Su testimonio nos provoca en la medida en que nos recuerda la exigencia social del Evangelio. Nos hace preguntarnos, ¿qué estamos haciendo nosotros? No tenemos pretexto, pues el P. Benjamín nunca dejó de dar directrices claras de acción en total sintonía con las enseñanzas del Papa Francisco.
En primer lugar, la apertura al diálogo y el dejarnos interpelar por la realidad. A propósito de su libro La Alegría del Evangelio para las grandes ciudades, el P. Benjamín aseguraba que salir a la ciudad es condición para que el Evangelio tenga realmente un impacto en la actualidad. Y este salir implica estar atentos a lo que la ciudad tiene que enseñar a la Iglesia. En este sentido, debemos llevar a cabo un verdadero encuentro, pues “el encontrarse con el otro [es lo que] le pica a uno […], más que [las] teorías.”
Dicho esto, debemos tener cuidado de no caer en lo que Berger llamaba “fetichismo de las soluciones institucionales”. Es decir, a aferrarnos a ciertas estructuras porque “siempre se ha hecho así” e impedir dejar interpelarnos por la realidad. En esta línea, el P. Benjamín denunciaba a la “la Iglesia [que] vive en la ciudad, pero no es urbana; [que] está en la urbe, pero tiene hábitos y tejidos que pertenecen a otro lugar y a otra época.” Y también exhortaba sin cesar “a salir, a no a repetir el esquema del templo, si no hablar un idioma mucho más accesible a la gente.”
Por último, nunca olvidar dos cosas: 1) todos esos esfuerzos deben orientarse a la misión, al encuentro con Cristo; 2) todo esfuerzo que no considere a la dimensión comunitaria es infructuoso. El P. Benjamín recordaba que el kerygma, el anuncio del Evangelio, tiene un contenido indudable e ineludiblemente social. Lo cual se traduce en la imperiosa necesidad de construir vida comunitaria. La importancia de formar comunidad consiste en que, al interior de la Iglesia, los grupos y movimientos laicales manifiestan la presencia de Dios al tiempo que concretizan transformaciones sociales. Pero también al exterior, porque la vida comunitaria tejerá la unión y creará los puentes que posibilitarán el encuentro del que se habló al inicio.
El padre Benjamín dejó una honda huella en muchos de nosotros y en las últimas horas han resonado con fuerza los testimonios que lo identifican como el actor clave que suscitó en ellos la conciencia y el compromiso social. De esta manera, el P. Benjamín cumplió cabal y ejemplarmente con la misión del IMDOSOC: realmente y como nadie contribuyó a formar la conciencia personal y social en miras de la construcción de una realidad social justa a la luz del Evangelio a través de la investigación, la enseñanza y la difusión del pensamiento social cristiano.
Si has llegado hasta aquí, te invito a dejar en los comentarios tu testimonio sobre cómo influyó en ti la acción transformadora de Dios a través de la vida y obra del P. Benjamín Bravo. Que el Señor le conceda la Vida Eterna y que su entrega solidaria a la Iglesia y a la sociedad siga rindiendo frutos para transformar la realidad en una más justa a la luz del Evangelio.
David Eduardo Vilchis Carrillo
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