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Sobre el mérito


Ilustración: Monserrat Paz

Al parecer, el mérito es una razón polémica. Hoy en día es ampliamente mencionada, aunque con poca sustancia y popularidad ambivalente. No es mi intención en estas líneas defenderlo, como se le suele hacer llanamente, sino tratar de someterlo a un breve examen para tratar de determinar dos cuestiones: ¿en qué consiste una noción de mérito para la vida pública? ¿debemos conservarlo? Como de costumbre, no pretendo otorgar la última palabra, sino plantear las interrogantes correctas y sugerentes. Pues, tal como afirmaba John Rawls en la introducción a su Liberalismo político, creo sumamente útil examinar las ideas y doctrinas, pues muchas veces inspiran los grandes gestos y las acciones políticas.


En primer lugar, estas líneas están motivadas por un debate ávido en algunos grupos intelectuales que emprenden una cruzada contra la meritocracia. Ésta es una palabra de reciente uso que significa, casi literalmente, el gobierno del mérito. En términos más amplios, es la forma de organización social en la que un grupo de personas obtiene poder por el mérito obtenido individualmente. En términos sociológicos, el conjunto de individuos meritorios configura una élite.


Hoy en día, la crítica pone en entredicho la validez de la meritocracia, argumentando dos contradicciones que expondré de forma breve:


  1. La baja tasa de movilidad social ascendente del país. Esto significa que, aunque una persona se esfuerce, muy difícilmente podrá mejorar su nivel de vida. Quien nace en los últimos estratos sociales parece destinado a permanecer en los mismos o descender. En casos drásticos como el sur del país, casi 9 de cada 10 personas que nacen en pobreza no salen de ella.

  2. La baja tasa de movilidad descendente. Esto significa que, aunque una persona no se esfuerce, también es muy improbable que decaiga en su nivel de vida. Quien nace en los estratos sociales más altos —también llamados privilegiados— va a permanecer en ellos a pesar de las decisiones que puedan tomar.


Para los datos concretos, se puede consultar el último informe del Centro de Estudios Espinosa Yglesias (CEEY).


Estas objeciones empíricas son sumamente importantes, pues tocan un punto principal: el mérito funciona cuando es producto del esfuerzo de la persona y no únicamente por suerte. La información antes presentada muestra que no se trata del mérito de cada cual el que hace la diferencia, sino la suerte de haber nacido en un ambiente de altos ingresos y oportunidades (o casos más extremos de suerte, como haberse ganado la lotería).


Ahora bien, ¿qué constituye una definición justa del mérito? Kant utilizaba una metáfora ingeniosa para hablar del valor moral de la solidaridad frente a la avaricia. En el apéndice al apartado II de su Ensayo para introducir en filosofía el concepto de magnitud negativa (1763) nos hace imaginar a dos hombres: el primero tiene una inclinación de 10 grados por la avaricia a la que antepone en12 grados el amor al prójimo; el segundo tiene 3 grados de avaricia y 7 grados de amor al prójimo. El realizar la sustracción, todo parece afirmar que el segundo obra con mayor rectitud moral (+4), aunque para Kant es el primero el que merece tal distinción pues se sobrepone a mayores impedimentos en su ser, aunque la magnitud de su obrar es más pequeña (+2).


Probablemente, ésta pueda ser una definición más justa del mérito, tomando en cuenta las posibilidades de las personas para cumplir las expectativas sociales y sus limitantes. La metáfora de la escalera es de nueva cuenta útil. Hay quienes nacen en lo alto de la sociedad, en los últimos peldaños, y hay quienes nacen en el fondo, cerca del suelo. Cuando reparamos en las limitantes en cuestión de movilidad social (ascendente y descendente) resulta juicioso dejar de valorar el mérito como normalmente lo percibimos. En términos estrictos, es mucho más meritorio que las personas en situación de pobreza puedan cumplir aspiraciones mínimas de vida —digamos, escalar a la mitad de la escalera— que lo que puedan lograr personas nacidas en los escalones más altos de la estratificación social —mantenerse en la cima.


Así, contrariamente a lo que los discursos motivacionales y la publicidad nos hacen creer, debemos reflexionar si queremos seguir celebrando a figuras públicas sin mayor mérito y sería más justo reconocer el mérito del vivir de quienes nos rodean. Son mucho más meritorias las calificaciones de nuestro compañero de banca que hace 2 horas de camino a la escuela que las de quien se traslada 15 minutos, por poner un ejemplo burdo. ¿Qué pensar entonces de personajes de la farándula a quienes solemos celebrar en comparación de la vecina madre-soltera que trabaja doble jornada para mantener a su familia?


¿Es importante conservar el mérito?


Cuando rechazamos una visión simplona del mérito, podemos mantener una idea de justicia “sensible” al esfuerzo. Donde lo hay realmente, podemos considerar justo retribuir positivamente a las personas que aportan a la colectividad y negativamente a quienes le son perjudiciales. El mérito celebrado debe tener una función social y no sólo la gloria que adorna en lo individual —que como ya afirmé previamente, la mayoría de las veces no es más que buena suerte de nacimiento.


Sin embargo, adoptar una perspectiva tal del mérito presenta tres problemas intelectuales a quien se propone adoptarlo como criterio de justicia social:


El primero es que el mérito se vuelve mucho más difícil de considerar. Como hemos renunciado a buscarlo entre los herederos de grandes fortunas de las revistas de negocios y farándula, no contamos con indicadores claros de los obstáculos que las personas a nuestro alrededor tienen que superar y, por ende, no sabemos fácilmente quiénes son más o menos meritorias. Tendríamos que estar constantemente abiertos a conocer el color de la vida de quienes nos rodean para dilucidar el mérito de sus acciones y fácilmente correríamos el riesgo de caer en el subjetivismo más inútil.


El segundo es que, aun pudiendo conocer con certidumbre el mérito de quienes nos rodean, éste ya no sería un criterio que defina a una minoría, como normalmente la literatura de las élites nos hace creer (“Conoce el top 10 de empresarios más ricos de México”). El mérito se reparte en grandes dimensiones en la población y, estando muy bien repartido, serviría poco para dirimir quién es beneficiario de alguna subvención. Es bien sabida la paradoja lógica que un concepto que sirve para definir todo no sirve para definir nada.


El tercero, aun más importante, es que buscar el mérito ahí donde pueda medirse no debe distraernos de la lucha de largo aliento: remover las condiciones estructurales (falta de oportunidades educativas y laborales, trampas de pobreza, déficit del sistema de salud) que mantienen al mérito invisible, sumergido en la lucha del día a día por escapar de la pobreza y la exclusión.


En conclusión, soy de la opinión que el mérito como criterio de justicia social sirve poco cuando es bien entendido, aunque es nocivo como normalmente se le usa hoy en día, cual simple justificación del status quo.


Alejandro Aguilar

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