Reflexiones desde Fratelli Tutti
Gobernanza, como el ser, se dice de muchas maneras. Es un concepto que en los últimos años se ha usado para designar una diversidad de realidades tanto fenoménicas como ideales. Para algunos, incluso, se ha convertido en un concepto paraguas de poca utilidad por su ambigüedad conceptual. No obstante, sigue siendo una respuesta vigente y actual al problema de la complejidad de las sociedades contemporáneas en tanto indica la colaboración horizontal entre diferentes actores (gubernamentales y no gubernamentales) en el proceso de gobernar.
La globalización que “nos hace más cercanos, pero no más hermanos” (Fratelli Tutti 12), el neoliberalismo “que es fuente de nuevas formas de violencia que amenazan el tejido social” (FT 168), la crisis fiscal del Estado de Bienestar, la pérdida de legitimidad y credibilidad de los gobiernos y los acelerados crecimientos demográfico y urbano demostraron la deficiencia de las formas tradicionales de gobierno (jerárquicas, unilaterales, verticales y estado-céntricas). Surgió la necesidad de colaborar con actores no gubernamentales (económicos, sociales, ciudadanos), es decir, surgió la necesidad de una gobernanza, de gobernar conjuntamente con aquellos actores.
El papel del gobierno en este nuevo esquema varía según los autores. Para algunos, el gobierno debe desaparecer para dar paso a una dirección radial e interorganizacional de los asuntos públicos. Otros apuestan por reducirlo a ser un actor más en el gobierno de la res publica. Algunos más apuntan a que no se ignore el papel preponderante del gobierno en la gestión de los asuntos públicos, proceso en el que debe actuar como director de orquesta. De cualquier forma, toda noción de gobernanza descansa en un pilar fundamental: la participación ciudadana.
En esto coincide el papa Francisco cuando afirma que “hace falta pensar en la participación social, política y económica de tal manera «que incluya a los movimientos populares [e incorpore a] los excluidos en la construcción del destino común»”, pues sólo “con ellos será posible un desarrollo humano integral, que implica superar «esa idea de las políticas sociales concebidas como una política hacia los pobres pero nunca con los pobres, nunca de los pobres y mucho menos inserta en un proyecto que reunifique a los pueblos.»” Finalmente el papa recuerda que sin la participación de la ciudadanía, particularmente de los descartados por los sistemas económicos y políticos vigentes, “la democracia se atrofia, se convierte en un nominalismo, una formalidad, pierde representatividad, se va desencarnando porque deja afuera al pueblo en su lucha cotidiana por la dignidad, en la construcción de su destino” (FT, 169).
Evidentemente, es importante cuidar el diseño y la implementación de políticas, mecanismos y estrategias que permitan la participación de la ciudadanía en los asuntos públicos. También se deben destinar recursos con transparencia y fomentar la voluntad política de los actores gubernamentales bajo un esquema de rendición de cuentas. Pero todo ello de poco servirá sin la participación ciudadana, y ésta no sólo se fomenta dando recursos o creando mecanismos institucionales. Sino que requiere tejer lazos solidarios entre los ciudadanos a través de una cultura del encuentro, pues “el aislamiento y la cerrazón en uno mismo o en los propios intereses jamás son el camino para devolver esperanza y obrar una renovación”. (FT 30) En palabras del papa (y a modo de conclusión) (FT 216-217):
Hablar de “cultura del encuentro” significa […] buscar puntos de contacto, tender puentes, proyectar algo que incluya a todos […] convertido en deseo y en estilo de vida. […] Integrar a los diferentes es mucho más difícil y lento, aunque es la garantía de una paz real y sólida. Esto no se consigue agrupando sólo a los puros, […] Tampoco consiste en una paz que surge acallando las reivindicaciones sociales […], ya que no es «un consenso de escritorio o una efímera paz para una minoría feliz». Lo que vale es generar procesos de encuentro, procesos que construyan un pueblo que sabe recoger las diferencias. ¡Armemos a nuestros hijos con las armas del diálogo!
¡Enseñémosles la buena batalla del encuentro!
David Eduardo Vilchis Carrillo
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