Una nueva agenda para el desarrollo
top of page

Una nueva agenda para el desarrollo

Por Alejandro Aguilar


Hemos insistido en este blog que hay una necesidad imperiosa de buscar otras rutas alternativas al desarrollo. Los grandes centros urbanos, las zonas industriales, los mercados financieros, los enclaves extractivos; en su conjunto, devoran a grandes mordidas los recursos naturales del planeta al tiempo que consumen la vida de poblaciones enteras. Eso ya lo sabemos. La forma en que concebimos el progreso, el desarrollo y la riqueza necesita un cambio, pero… ¿hacia dónde? Mi humilde contribución se ciñe a tratar de señalar, según mis muy personales lecturas y aprendizajes, senderos de lucha para transformar el mundo:


1. Desmercantilizar la comunidad. En otras épocas y en otras latitudes, hoy en día el mercado constituye un espacio dentro de la comunidad. Un lugar en donde los mercaderes se reúnen a intercambiar el mundo. En su interior son aceptables ciertos comportamientos, el regateo y la búsqueda de ganancia a través de la circulación de dinero. Hoy en día, el mercado se ha extendido a la comunidad en su conjunto, desgarrándola y haciendo susceptible que esas mismas prácticas se conviertan en normas en todas las esferas de la vida. El homo economicus se comporta como si todas las relaciones sociales puedan ser calculadas en términos de costos y beneficios, sin importar en donde se encuentren.

Es imperativo, entonces, devolver al mercado a su limitado espacio y recuperar terreno para la vida comunitaria. Las comunidades que en mi conocimiento mejor lo logran son aquellas que combinan de mejor manera el trabajo de sus miembros. En ellas, cada quien trabaja para la reproducción de la comunidad y todos los trabajos son concebidos como interdependientes. Los intercambios de trabajos y productos no se dan exclusivamente en términos monetarios, sino como intercambios humanos equivalentes, pero no calculables.


2. Reencantar el mundo. Con el advenimiento del mercado como única ley para normar la conducta humana, el mundo entero es susceptible de ser introducido en tan fino cedaso. Esto ha tenido consecuencias de magnitud, comenzando por volver efectiva la fórmula de “el humano domina la naturaleza”. Si algo es comerciable significa que es apropiable y, luego, vendible. Entonces “habla” a través del dinero. Ya no importa su belleza, su importancia ecosistémica o espiritual, importa si puede dar una utilidad monetaria y nada más. Es esta una clase de racionalización -se dice- porque entonces todo puede calcularse, pero en el camino se pierde el valor original que nos hacía parte de un todo.

En las periferias urbanas y en las zonas rurales han surgido fuertes resistencias a este proceso. Las comunidades que aún reconocen la importancia de su entorno le tratan más que como simples cosas o mercancías que hablan en dólares. El medio ambiente adquiere entonces una naturaleza intrínseca, un valor interno que no es asignado por un sistema monetario: un yacimiento, por ejemplo, se troca en la “madre tierra”. Es esta inspiración la que mueve a las defensoras del territorio frente a proyectos invasivos, pues sólo lo que es sagrado a nuestros ojos vale la pena defenderlo.


3. Relocalizar la política. En el curso de los siglos siempre ha habido excluidos a la hora de tomar decisiones. Su lucha es la de la emancipación, la búsqueda constante por reclamar un lugar dentro del todo. Primero los esclavos al abolir su opresión. Luego los pequeños propietarios al ganar un lugar en lo público. El siglo pasado las mujeres, en casi todas las latitudes, alcanzaron un reconocimiento formal de igualdad. No obstante, el gran drama de la política es que siguen siendo pocos los que acceden a tomar las decisiones importantes y muchos quienes las padecen. Se nos escurre de las manos y la delegamos todo en representantes lejanos e instituciones oscuras.


En cambio, los más ambiciosos esfuerzos por recuperar las comunidades han pasado por la autoorganización igualitaria donde las decisiones de peso se toman en el seno del grupo, mediante prácticas de diálogo constante y acuerdos de beneficio mutuo. Así, poco a poco, la autonomía se construye en la práctica. La asamblea es su lugar por excelencia y los compromisos colectivos el fruto del que todos beben. Nada de esto asegura un paraíso en la tierra, pero al menos que las personas puedan tomar, de nueva cuenta, las riendas de sus destinos.

72 visualizaciones0 comentarios

Entradas Recientes

Ver todo
bottom of page