En América Latina confluyen dos fenómenos con fuerte raigambre social: la religión y la pobreza. Por un lado, la religión sigue ejerciendo una fuerte influencia sobre muchas sociedades latinoamericanas. Por otro lado, pobreza y desigualdad se alzan como algunos de los grandes problemas que aquejan la región. En este sentido, cabe preguntarse sobre la relación entre ambos fenómenos y sobre cómo opera esa relación.
En la investigación presentada en el Seminario sobre Religión y Desigualdades (ReDes) se postula que las creencias religiosas influyen en la percepción de la pobreza que tienen los individuos. Así, con Zalpa y Offerdal se afirma que “las religiones juegan un papel importante como proveedoras de marcos de interpretación de las situaciones de pobreza y de injusticia social […], y como generadoras de prácticas de transformación o de reproducción de estas situaciones”.[1] Pues las religiones pretenden dar cuenta del mundo y a través de los sistemas de creencias proporcionan pautas de comportamiento que funcionan como esquemas básicos proveedores de sentido para la acción social. Es decir, la religión define qué es la pobreza, cómo se debe valorar y cómo se debe comportar ante ella.
En su ya célebre estudio, Feagin propone una tipología de atribuciones causales de la pobreza, es decir, de razones por las cuales las personas creen que existe la pobreza: 1) individualistas: los pobres son los principales responsables de su pobreza, aquí se inserta la narrativa meritocrática; 2) estructurales: las causas de la pobreza no dependen de la persona, pero pueden cambiarse porque competen al orden social y político; 3) fatalistas: las causas de la pobreza remiten a fuerzas que condicionan la vida de las personas más allá de su control.[2] Estas atribuciones causales se asocian con determinados comportamientos y valoraciones ante la pobreza, e incluso con apoyo o rechazo a ciertas políticas sociales. Por ejemplo, quienes creen que la pobreza tiene causas estructurales, tenderán a apoyar políticas redistributivas y responsabilizar al gobierno; en cambio, quienes creen en atribuciones individualistas de la pobreza, tenderán a culpabilizar —e incluso a criminalizar— al pobre por su propia situación de creencias y no apoyar políticas redistributivas.
Ahora bien, las visiones del pobre de la religión, particularmente del catolicismo, ¿pueden influir en que los sujetos adopten alguna de estas atribuciones causales de la pobreza? La investigación presentada en ReDes sugiere que en el catolicismo hay, a modo de tipo ideal weberiano, tres tipos ideales de visiones del pobre, las cuales, además, guardan afinidad con las tres atribuciones causales de la pobreza. A saber:
El pobre maldito: En esta visión religiosa, se concibe al pecado individual como causa de la pobreza. En este sentido, es signo de maldición, muy seguramente por no cumplir la voluntad divina, siendo así también síntoma de pereza culpable. En esta visión, el pobre ni siquiera merece ser escuchado.
El pobre objeto de caridad: Aquí, el pecado estructural desplaza al pecado individual como causa de la pobreza. En este sentido, el pobre ya no es culpable de su condición. No obstante, en esta visión el pecado estructural es anónimo, no se denuncian las estructuras humanas que causan la opresión y como el pecado es parte de la naturaleza humana, se termina concibiendo de forma fatalista a la pobreza, pues “a los pobres los tendrán siempre con ustedes” (Mc 14, 7). En esta visión, el pobre merece ser ayudado.
El pobre sujeto de derechos: En esta perspectiva, si bien se sigue considerando al pecado estructural como causante de la existencia de la pobreza, se reconocen condiciones sociohistóricas concretas que reproducen condiciones de desigualdad. El pecado estructural ya no es anónimo, sino que anida en actores, relaciones y estructuras injustas concretas, las cuales se denuncian y se buscan transformar para permitir el pleno desarrollo del pobre.
En la presentación, la investigación pretendió señalar cómo dentro de una misma visión religiosa hay diferentes interpretaciones de un mismo fenómeno, en este caso la pobreza material, que conllevan diferentes formas de comportarse ante él. Con base en la literatura revisada, se propusieron esas tres imágenes del pobre que, además, corresponden a las tres causales de la pobreza.
David Eduardo Vilchis Carrillo
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[1] G. Zalpa y H. E. Offerdal, “Introducción” en su libro como coordinadores, ¿El reino de Dios es de este mundo? El papel ambiguo de las religiones en la lucha contra la pobreza (Bogotá: Siglo del Hombre Editores, CLACSO, 2008), 13. [2] J. Feagin, “Poverty: we still believe that God helps them who help themselves.” Psychology Today, 6 (1972), 101-129.
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