Interseccionalidad: un mapa para identificar las categorías que nos dividen
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Interseccionalidad: un mapa para identificar las categorías que nos dividen


Ilustración: Monserrat Paz

La manera más práctica que hemos encontrado los seres humanos para aprehender el mundo es la clasificación: nos enseñan desde muy temprana edad que hay colores primarios y secundarios, números primos y compuestos, flora y fauna, actividades económicas primarias, secundarias y terciarias, letras mayúsculas y minúsculas, recursos renovables y no renovables, satélites, estrellas, planetas, mujeres y hombres, el bien y el mal.


Sin embargo, no todas las categorías siguen un orden lógico, sino más bien arbitrario, como lo ilustra Borges en su cuento “El idioma analítico de John Wilkins”:


Los animales se dividen en: (a) pertenecientes al Emperador, (b) embalsamados, (c) amaestrados, (d) lechones, (e) sirenas, (f) fabulosos, (g) perros sueltos, (h) incluidos en esta clasificación, (i) que se agitan como locos, (j) innumerables, (k) dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello, (l) etcétera, (m) que acaban de romper el jarrón, (n) que de lejos parecen moscas.


La coherencia en la lista de Borges está dada por el orden en el que se encuentran las categorías de los animales, lo que también supone una jerarquía: en la cúspide están: a) los animales pertenecientes al emperador, y en la base encontramos: n) los que de lejos parecen moscas. En el fondo podríamos imaginar que hay una proximidad entre ambas, que en realidad cada categoría nombra e incluye a todas las anteriores. Y sin la arbitrariedad del orden impuesto, no podríamos distinguir cuál es cuál, ni quién va primero.


Así la sociedad. En un mundo que brinda oportunidades diferentes para las personas según su género, color de piel, clase social, edad, pertenencia a una raza o etnia, las categorías se escapan de la racionalidad. La clasificación que nos divide ha sido impuesta desde las clases dominantes y la hegemonía del poder, pero también desde las costumbres y tradiciones populares. Nos hemos acostumbrado a que hay vidas que valen menos que otras y las acumulamos en cifras: 1,844 mujeres asesinadas tan sólo en la primera mitad del 2020 por el solo hecho de ser mujeres, según información del INEGI; y una tasa de 5.4 millones de casos de abuso sexual infantil al año, de los cuales sólo el 10% se denuncia y el 1% logra llegar a juicio. Datos que colocan a México en el primer lugar de abuso sexual infantil a nivel mundial, como lo destaca la asociación Aldeas Infantiles SOS.


La pandemia por Covid-19, que aún persiste en el mundo, ha aumentado la visibilidad y la gravedad de los casos de desigualdad, explotación y violencia a los que se encuentran expuestas las mujeres y las niñas mexicanas. Abusos que la mayoría de las veces son perpetrados por familiares y gente de confianza. El encierro ha incrementado las actividades para las mujeres, a quienes se les ha designado la responsabilidad de la educación, alimentación, limpieza y cuidado del hogar. A pesar de que la carga más pesada del trabajo doméstico la llevan a cabo ellas, no todas se encuentran en la misma condición: según datos del INEGI, las mujeres mayores de 12 años trabajan en promedio 30.8 horas a la semana en actividades domésticas no remuneradas, mientras que los hombres en el mismo rango de edad, sólo dedican 11.6 horas semanales. En cambio, para las mujeres hablantes de una lengua indígena, la jornada de trabajo doméstico aumenta además 5.4 horas en promedio a la semana.


El hecho de ser mujer ya de por sí representa una desventaja ante la sociedad, pero si eres mujer indígena, tu acceso a oportunidades que mejoren la calidad de vida se ven muy reducidas en comparación con tus limitaciones. No basta con tratar de entender las desigualdades que impone la diferencia de género, pues el asunto es más complejo: se trata de la convergencia de distintas categorías sociales que colocan en mayor desventaja a unas personas frente a otras. En este sentido, el feminismo afroamericano de las décadas de 1960 a 1980, nos heredó la interseccionalidad como un esquema analítico que abre la posibilidad de no dejar fuera a nadie en términos de justicia social.


La interseccionalidad identifica las categorías en las que está dividida la sociedad: edad, capacidades físicas, raza, género, clase social… y las coloca en perspectiva con el objetivo de asignarles un orden para que, a través de conocer cómo configuran y operan en el tejido social, se identifiquen tanto las desigualdades, como los privilegios de las personas que pertenecen a múltiples categorías sociales. De esta manera nos permite reconocer que la situación de una mujer indígena que vive en una zona rural, no es lo mismo que para una mujer no indígena que vive en la ciudad, a pesar de que ambas sean mujeres.


Como en el cuento de Borges, las categorías sociales no tienen un orden coherente por sí mismo; las diferencias entre las personas han sido establecidas históricamente en épocas de esclavitud, guerras, revoluciones, de auge y caída de civilizaciones, migraciones; en tiempos en donde existe un vencido y un vencedor, pero en especial, a través de la construcción de la vida diaria, en la cotidianidad, con nuestros juicios y prejuicios. La interseccionalidad funciona como un mapa que nos permite ubicar las categorías que identifican a una persona y trazar rutas entre ellas para conocer cómo afectan su vida diaria y sus relaciones. Borges quizá no sabía nada de interseccionalidad, pero sí sabía de categorías y algo nos dejó muy claro: “notoriamente no hay clasificación del universo que no sea arbitraria y conjetural. La razón es muy simple: no sabemos qué cosa es el universo”.


Monserrat Paz

Ciencias de la Comunicación en la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM. Ayudante de investigación en el Centro de Estudios de Opinión Pública y en el Instituto de Investigaciones Jurídicas, ambos de la UNAM, fue funcionaria pública en la Oficina de Presidencia de la República en el área de comunicación social. Le apasionan los temas de política, género y justicia social y actualmente está terminando la maestría en Ciencia Política por el Colegio de México. Ha sido docente de los cursos “¿Qué es la Justicia Social?” y “10 claves para entender los problemas políticos contemporáneos”.

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