Política... ¿para qué o qué?
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Política... ¿para qué o qué?


En los últimos días he visto —con cierto malestar y desagrado, debo admitir— cómo en diferentes foros y eventos, cuando se habla de política o de la dimensión política de tal o cual fenómeno, hasta parece que el o la oradora se disculpa y hace la aclaración “pero política no como… (partidismo, elecciones, politiquería, corrupción… etc.).” Incluso —y es lo que me molesta más— me ha llegado a pasar que cuando propongo x cosa con la etiqueta de político, se me sugiere cambiarla por otra, como “lo público.” Y es que me sorprende —y me molesta— lo tan secuestrado que tenemos a lo político, que se reduce a lo partidista y lo electoral, pero con un cargado sentido peyorativo.


Ahora, ¿por qué me molesta? ¿Qué no es lo usual? Más que nada me resulta preocupante porque el campo de lo político excede —y por mucho— a las cuestiones partidistas y electorales. En el campo de lo político es donde se discute y discierne el bien común y donde se tiene la oportunidad de institucionalizar la caridad hacia las personas excluidas y descartadas por el sistema. En lo político encontramos el conflicto entre diferentes visiones de hacia dónde deberíamos dirigirnos como sociedad, pero también es donde podemos construir consensos y enriquecernos con la diversidad. Bajo esta perspectiva más amplia, el voto no es el elemento central ni los partidos son los únicos actores, al contrario, el voto sólo es un paso entre una serie de acciones que los ciudadanos podemos —y debemos— hacer en el involucramiento en la construcción de nuestro futuro como sociedad; y los partidos son sólo una de las formas de organización por la que podemos alcanzar metas y fines comunes.


Entendiendo lo político de esta forma, queda más claro por qué debemos involucrarnos en la política. En primer lugar, porque de lo contrario caemos en un círculo vicioso que nos conduce a nuestra deplorable situación actual: nuestro desinterés —o desilusión— por la política la deja a merced de caer en las prácticas que hacen que nos desentendamos de ella. Y, en segundo lugar —pero que en realidad es la principal razón por la que deberíamos involucrarnos políticamente—, porque de no hacerlo incumplimos nuestra misión como cristianos. Bien decía san Juan Pablo II: “Para animar cristianamente el orden temporal —en el sentido señalado de servir a la persona y a la sociedad— los fieles laicos de ningún modo pueden abdicar de la participación en la «política»”. Participar políticamente es nuestra vocación como cristianos en tanto nos identificamos como los obreros de la viña del Señor, aquellos a quienes Dios nos dice: “Id también vosotros a mi viña”. Esta llamada no se dirige sólo a los pastores (sacerdotes, religiosos y religiosas), sino que se extiende a todos: particularmente los laicos somos llamados personalmente por el Señor, de quien recibimos una misión que ha de efectuarse en la viña, es decir, en el mundo. Y, especialmente, nuestro campo de acción son las llamadas realidades temporales: el mundo profesional, social, económico, cultural y político. Y cumplir con nuestra vocación resulta más apremiante cuando identificamos a la política como una realidad enferma que necesita ser iluminada por el Evangelio.


Pero, ¿qué podemos hacer para cumplir con nuestra vocación como cristianos? ¡Infórmate y asóciate!


En este periodo electoral, conoce a tus candidatos: ¿quiénes son?, ¿qué proponen? Acércate, cuestiona, “muy bonito lo que proponen, pero ¿cómo lo vas a hacer?”. Evalúa, contrasta, compara. Piensa no quién me conviene, sino quién nos conviene. Y, claro, instrúyete en pensamiento social cristiano, pues ninguna propuesta política agota ni se identifica con la riqueza de éste, no hay recetas ni caminos fáciles. Así, infórmate e instrúyete y no olvides que con el voto no acaba nuestra participación política, sino que inicia todo lo que podemos hacer.


También busca organizarte con los otros, promueve la organización. Sin organización nada podemos. Inicia tratando de acercarte y acercar a tus vecinos, insta a buscar soluciones colectivas a problemas comunes. Y también, si el tiempo te da, busca unirte a alguna organización como, por ejemplo, los observatorios ciudadanos, cuyo objetivo es vigilar a los funcionarios públicos. Y si vives en la Ciudad de México, trata de involucrarte e involucrar a otros en el presupuesto participativo. ¡Asóciate, donde gustes, pero asóciate!


Y, finalmente, no olvides que, particularmente nosotros como cristianos, no buscamos participar por participar, sino participar para contribuir en la construcción de una sociedad más justa a la luz del Evangelio.


David Eduardo Vilchis Carrillo

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