Por Alejandro Aguilar
El sábado pasado presencié una escena que me dejó cimbrado. Seré breve porque quiero que el mensaje sea claro. Caminaba por la calle cuando, en un alto, me tocó esperar a lado de una persona sin hogar. De reojo noté algo extraño: el hombre, vestido apenas y casi hasta los huesos, se encontraba ingiriendo una sustancia extraña. Resultó, tras prestar más atención, que era excremento de perro que sacaba con minucia de una bolsa de plástico (probablemente que un peatón recogió de su mascota y tiró en un cesto).
Tal apercibimiento me dejó en blanco. Ahora, difícilmente, puedo pensar en alguien más excluido de la sociedad. El papa Francisco utiliza la noción de descarte para referirse a este fenómeno, misma que me parece sumamente adecuada. Le llevé alimento, bebida y me quedé, observando de lejos. Quizá tan perturbador como los extremos a los que ha llegado para sobrevivir sea la indiferencia de la gente que camina a su lado, esquivándolo. No los culpo, a muchos apenas les va mucho mejor, viviendo vidas austeras que les permiten llegar a fin de mes. No hemos de olvidar que, según datos recientes, una de cada dos personas en México se encuentra en algún grado de pobreza. ¿Cómo podemos ser generosos en un sistema que tiene a todos viviendo en la carencia? Podemos pensar con optimismo que el cambio se logra a través de nuestras acciones individuales, lo cual no es del todo erróneo, pero qué posibilidad existe de que las personas se entreguen a comportamientos altruistas cuando tienen tan poco -si no es que nada- para dar.
En noticias recientes, un multimillonario perdió, la semana pasada, 31 mil millones de dólares por una caída de sus acciones en la bolsa. “Esas cosas pasan -dicen los financieros- a veces se sube y a veces se baja”. De esta forma se llega a justificar, incluso, el hecho de que unos pocos puedan acaparar tanta riqueza: “ellos también corren el riesgo de perder cuando invierten”, se nos dice. La diferencia es que al multimillonario no le faltará que comer ni un techo donde dormir y, aunque haya perdido dinero a montones tiene su vida asegurada, así como la de su descendencia hasta el fin de los tiempos. Lo más obsceno es que estamos dispuestos a pensar que alguien pueda perder una millonada en un movimiento bursátil, pero consideramos inconcebible que las grandes fortunas paguen más impuestos.
Ya que esta entrada tiene un tono personal, tengo que realizar una confesión: en ocasiones me pregunto si estoy haciendo lo suficiente para construir una sociedad donde lo que presencié no suceda. Me reafirmo a ratos, pensando que estoy dando la lucha por las ideas, poniendo los argumentos de la justicia social sobre la mesa de quienes no la conocen o no quieren hablar de ella. A fin de cuentas, siempre hay nociones que causan escozor y en ocasiones nos escandalizamos al oír hablar de desigualdad, que es el tema central de la justicia social, o redistribución, la mejor medicina. En buena medida, nuestra labor en el IMDOSOC se ha orientado a visibilizar la centralidad de la justicia social en el Pensamiento Social Cristiano. Sirvan como ejemplo las publicaciones al respecto el mes pasado. La primera buscando mostrar cómo el combate a las desigualdades mediante un ejercicio continuo de redistribución de la riqueza embriaga a la tradición cristiana, mientras que mi colega David, días después, escribió un excelente texto donde muestra que la redistribución ha sido una preocupación constante de la Doctrina Social de la Iglesia.
Pero no nos engañemos, no es necesario ser buenos cristianos para entender lo que está mal cuando una persona vive a la intemperie y se alimenta de desechos… ¡Es cosa de ser buenas personas! En ocasiones, cuando presencio complicadas discusiones sobre la compleja interpretación teológica de algún texto sin visible consecuencia real sobre las injusticias sociales, me atrevo a pensar que la verdad olvidada de la fe religiosa es de naturaleza platónica. Platón creía que la idea antecedía a la realidad. En consecuencia, conocer algo nuevo es en realidad recordar. Creo que no necesitamos haber leído la Biblia y entendido la parábola del buen samaritano, olvidado a la orilla del camino como la persona sin hogar de la que hablo, para saber que un sistema que produce sistemáticamente descartados es inmoral y debe de cambiar. El buen libro no nos enseña cuál es el camino correcto, sino nos recuerda los buenos sentimientos y el pensamiento crítico que llevamos dentro y que ha llevado a tantas y a tantos a reconocer al descarte en sus múltiples expresiones como un verdadero escándalo para la fe y a emprender acciones en pos de una sociedad justa a la luz del Evangelio.
Para comprender mejor el problema del descarte se requiere visualizar la crisis comercial mundial porque se esta deteniendo la acumulación incesante de riqueza por las grandes empresas y monopolios porque el enorme desempleo se ha convertido en pobreza mundial y en pobreza extrema que no cierran el circulo del capital al no poder comprar mercancías y retirarse a vivir en el mejor de los casos en formas comunitarias. "La pobreza no compra"