Recientemente ha retornado la idea del hiperpresidencialismo y la figura dominante del primer mandatario en la política nacional. Un símil entre las épocas del viejo sistema político mexicano de partido hegemónico y el actual dominio de la figura presidencial parece emerger en los comentarios de especialistas y legos. Y si bien las comparaciones son una herramienta pedagógica muy común y efectiva, en este caso pueden promover incomprensión de la alta complejidad de los sistemas políticos, tanto de aquel entonces como del actual. Cuando, en realidad, ni los presidentes de las épocas más álgidas del autoritarismo mexicano ni el presente mandatario concentraron tal cantidad de poder que les permitiese dirigir sin complicaciones los hilos del poder político.
Contrario a la creencia popular, el papel del presidente en el Estado mexicano no es, y muy probablemente nunca fue, el de un ente que ejerciese una relación jerárquica e inamovible de poder en un único sentido (de arriba hacia abajo), sino que se desarrolló como parte de un juego, a veces imperceptible, de relaciones de poder en continuo movimiento, en donde el papel de las ideas y percepciones, así como el poder de facto, estuvieron en constante desenvolvimiento.
Para nutrir aún más el debate público, se vuelve necesario comprender al Estado mexicano como un actor entre muchos más que, en diferentes procesos de cambio, confronta a otros actores movilizando recursos, generando lealtades y regulando las relaciones sociales. En otras palabras, transformando a la sociedad y siendo transformado por ella.
Así, aun siendo el actor preponderante, el Estado puede encontrarse en una situación ventajosa o desventajosa frente a otros actores, pues su capacidad de movilizar recursos y hacer valer sus designios puede variar en cantidad y calidad, tanto por actores externos como por su propia división interna.
Tanto las épocas de autoritarismo del viejo régimen como la actual administración cumplen con esta máxima de heterogeneidad, y los hilos del poder recorren múltiples grupos, individuos, instituciones y normas tanto dentro como fuera del sistema político.
Entender estas características puede ser útil para comprender los fenómenos políticos que se desarrollan hoy a nuestro alrededor. Actualmente, el sistema político mexicano y los órganos de gobierno son diversos y se reparten el poder de forma efectiva –aunque a veces difusa. Además, tal como lo han señalado muchas veces los teóricos de la implementación de políticas públicas, no se debe invisibilizar a los múltiples actores que hacen posible de facto el ejercicio del poder. En este sentido, los presidentes mexicanos, incluido el actual, no cuentan con la capacidad de definir cada acción de su administración o lograr que efectivamente todas sus decisiones se materialicen en acciones concretas.
Entender la complejidad de los flujos y cotos de poder dentro del propio Estado es importante para analizar los temas de actualidad, y observar el porqué de la continuidad de muchas prácticas muy arraigadas en el aparato gubernamental. Mi invitación va en ese sentido, retomemos la complejidad del Estado mexicano y los múltiples actores con los que interactúa para así afinar el análisis y la discusión.
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El autor es maestro en Ciencia Política por el Centro de Estudios Internacionales de El Colegio de México. Actualmente es analista político en Oca Consultores. Para profundizar más en la complejidad del análisis del Estado, se recomienda la revisión de la tesis de posgrado del autor, dirigida por el Dr. Fernando Escalante Gonzalbo: El Estado en la sociedad: análisis interpretativo de tres casos en México.
Además, sobre el tema de la implementación de políticas públicas se recomienda la lectura de Dussauge, M. I., G. M. Cejudo y M. C. Pardo (2018) Las burocracias a nivel de calle. Una antología. Ciudad de México, CIDE; y Cejudo, G. M., M. C. Pardo y M. I. Dussauge, (2019) Variaciones de implementación: Ocho casos de política pública. Ciudad de México, CIDE.
Eder de Jesús Perea Casanova