Por Alejandro Aguilar
Recuerdo múltiples conversaciones en las que se debaten asuntos relevantes a la justicia social, formas alternativas de organizar a las comunidades o, incluso, en las que se hace cualquier sugerencia de cambio social y casi siempre se me hace el siguiente cuestionamiento:
— Oye, ¿por qué crees que es posible tal cambio? ¿No ves que lo que criticas (el sistema de gobierno, el capitalismo, las desigualdades, el racismo, etc.) siempre ha existido?
La premisa ante aquella pregunta retórica es simple: lo que siempre ha sido, siempre será. Ya sea por una justificación teleológica o moral. Por lo tanto, lo que no se dice son variantes del siguiente diálogo:
— Creo que no es posible el cambio pues lo que se critica ha existido por siempre, lo que demuestra que por razones que quizá no comprendemos, pero obviamente son verdaderas, es la mejor opción y el único camino viable para el futuro [argumento teleológico].
— Además, pienso que si eso ha existido es porque alguien autorizado así lo quiso (aunque no me preguntes cómo lo sé yo) y sabía mejor que nosotros cómo tenía que ser, entonces buscar alternativas es simplemente malo. [argumento moral]
Ante esta clase de argumentaciones, más o menos explícitas, uno siempre puede contestar mencionando datos sobre la necesidad de tomar medidas correctivas. Ya sean las altas tasas de pobreza y los índices de desigualdad, estadísticas sobre el agotamiento de los recursos naturales y la biodiversidad, o demás muestras de que vivimos aún en un mundo extremadamente excluyente que produce descarte en lugar de armonía. Tener el diagnóstico correcto es adecuado, pero no termina por ser persuasivo. Nuestro terco interlocutor siempre puede recurrir a una evasiva:
— Ahora veo que las cosas no han funcionado del todo, pero la perspectiva del cambio me sigue asustando, me parece un salto al vacío. ¿Qué tal si mejor hacemos pequeños e indoloros ajustes? Apretamos unos tornillos, aceitamos la maquinaria y le damos una oportunidad [es decir, otra, la milésima] a lo que tenemos.
En este punto es donde la cuestión se dificulta. Mediante una estrategia concesiva, nuestro interlocutor admite algunos problemas, pero se niega a reconocer la necesidad del cambio. Puede ser que obre de mala fe, siendo que individualmente le satisfaga el estado de las cosas. En todo caso, no le escucharemos decir: “Está bien, el mundo es muy injusto, pero a mí eso me viene bien, entonces vayan a buscar su justicia a otra parte”. Contra tal cinismo hay poco que hacer.
No obstante, en muchas ocasiones he notado que se trata de un miedo genuino a buscar alternativas, pues en el horizonte en que hemos vivido, normalmente estas son invisibilizadas y arrinconadas. Por ello, es importante el esfuerzo de testigos y partícipes por visibilizar que dichas alternativas existen, pero han sido condenadas al silencio del olvido y siguen viviendo en los márgenes ensombrecidos del sistema. Sólo así podremos hacer a nuestro interlocutor exclamar, maravillado: “¡El cambio es posible! ¡Las alternativas han existido desde hace mucho tiempo y aún hoy nos acompañan!”. Esto es lo que yo denomino “el efecto demostración”. Vaya, que el camino no es fácil, pero al menos sabemos que hay camino.
En este tenor, felicito a todas y todos los participantes del IV Coloquio Universitario sobre “Organización comunitaria y alternativas al desarrollo” que tuvo lugar, de forma virtual, el 3 y 4 de este mes, por involucrarse en un ejercicio de este tipo con seriedad académica y pasión transformadora. Agradezco de forma especial a mis colegas de IMDOSOC que lo hicieron posible y a los participantes del Seminario de Investigación de lo Social en el que se gestó el evento. Espero, por último, que este esfuerzo por volver visibles experiencias alternativas siga manteniéndose vigente mucho tiempo más.
Comments