Mis 3 minutos, con el Papá Francisco
- Daniela Rosas
- 23 abr
- 2 Min. de lectura

Un día por la tarde, mientras me encontraba en Roma, recibí una llamada de Monseñor Raúl Vera —por aquel entonces obispo titular de la Diócesis de Saltillo— avisando que llegaría al Convento de Santa Sabina, curia de los Frailes Dominicos, porque al día siguiente tendría una entrevista con el Santo Padre.
Llegó entrada la noche y me pidió que le ayudara a planchar su hábito y a conseguirle una capa. Así lo hice.
Al día siguiente, después de la misa y estando en el desayuno, me dijo muy fraternalmente:
—Luis Javier, ¿me quieres acompañar al Vaticano a la entrevista? No te van a dejar entrar a ver al Papa, pero me conoces y me acompañas. Ponte tu hábito completo y vamos.
—Claro que sí —contesté de inmediato.
Para no alargar la historia: en dos horas ya estaba yo con fray Raúl entrando al edificio donde lo recibiría el Papa. Mi estimado Raúl me dijo:
—No digas nada. Tú a mi lado.
Así pasamos varios filtros, por salas muy bellas. El obispo solo enseñaba la invitación y seguíamos adelante sin problema. Finalmente, llegamos a una hermosa salita. Allí, fray Raúl me explicó que Su Santidad lo recibiría en su despacho, junto a la Biblioteca, y que yo debía esperar.
Él entró a los cinco minutos de haber llegado. Lo llamaron por su nombre. No habían pasado dos minutos cuando salió un monseñor —que supe después era el secretario particular del Papa Francisco— y me dijo con voz amable:
—Pase, fray.
Entré con el corazón latiendo a mil por hora, pensando: “¿Se habrán equivocado?” Pero no. Allí estaba el Papa, levantándose de su escritorio con una gran sonrisa. Se acercó como un amigo a saludarme. Lleno de temor, no supe qué hacer. Extendí la mano para palmearle un hombro. En cuanto lo hice pensé: “Ya la regué”. Pero él solo sonreía. Las personas a su lado se asombraron del fraile confianzudo. Yo me sentía como chivo en cristalería.
Raúl se reía. Finalmente, salió en mi ayuda y me presentó. A Su Santidad le explicó qué hacía yo en la curia de los dominicos. El Papa, nuevamente con esa sonrisa que no perdía, me preguntó qué me parecía mi trabajo. Traté de responderle… lo hice torpemente.
Finalmente, me dijo:
—Gracias por tu visita.
Y ahora sí pensé: “Ya no me falla”. Me agaché para besar el anillo del Pescador como muestra de respeto, pero allí sí que la volví a regar. Porque él no me dejó agacharme más y me dijo:
—Somos hermanos y amigos.
Retiró su mano y pidió que viniera su fotógrafo para tomarnos unas fotos junto con Monseñor Vera. Luego de esos tres o cuatro minutos, me dio un rosario y una cruz pequeña, y se despidió diciendo:
—Ora por mí.
Fray Raúl se quedó con él.
Ese es mi pequeño, pero revelador, relato con el Papa Francisco.
Gracias, Dios, por su vida.
Escrito por: Fray Javier Rubio










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