Tecnocracia y populismo
- Alejandro Aguilar
- 4 nov 2020
- 3 Min. de lectura

Contrariamente a lo que comúnmente se piensa, tecnocracia y populismo tienen más en común de lo que dejan ver en primera instancia. Hoy en día circulan en el habla corriente y se usan con ligereza en el debate político. Como intentaré persuadir al lector, ambos representan distorsiones de la democracia y bien haríamos en descartarlos.
En primer lugar, ambos comparten un diagnóstico común sobre el estado actual de la democracia, bajo diversos matices y fórmulas: el demos (el pueblo) se encuentra poco apto para administrar el cratos (el poder). La democracia, insisten sus voceros, no es la forma de gobierno ideal que nos han vendido los viejos teóricos de la política. Sus categorías no se sostienen y sus ideales son difíciles de llevar a la práctica. Visto desde este crisol, populismo y democracia comparten como punto de partida un pesimismo sobre las aptitudes humanas para el autogobierno.
Llegados a este punto los caminos se bifurcan. En segundo lugar, populismo y tecnocracia presentan visiones divergentes sobre la alternativa a la (declarada difunta) democracia. Por un lado, el populismo advierte de la necesidad de contar con un líder carismático que enarbole las demandas del pueblo, interpretándolas con su particular genio de forma insuperable. “El Estado soy yo” de Luis XIV se convierte en “El Pueblo soy yo”. Sin embargo, como bien aduce Müller, el engaño estriba en que el liderazgo comúnmente desempodera al pueblo[1]. Un obstinado líder populista tomará las decisiones que él crea que representan mejor los intereses de sus conciudadanos.
Por el otro lado, la tecnocracia tiene una perspectiva diferente del problema. En vez del líder populista, se trata de una élite iluminada que determina el rumbo de los asuntos públicos en representación del pueblo, pero evitando a toda costa identificarse con él. Frente a un populacho ignorante la élite tecnocrática blande un posgrado universitario. A pesar de su notable capacidad académica, la tecnocracia suele tener “ceguera de taller”. Los tecnócratas viven en colonias de altos ingresos y se transportan en vehículos particulares. Comúnmente, su mundo se reduce a su burbuja y el alcance de su comprensión de los problemas sociales no siempre responde a las congojas de los demás. Adicionalmente, el orgullo y la arrogancia pueden obnubilar su juicio, menospreciando las demandas de la sociedad en favor de intereses comerciales y empresariales.
En mi opinión, populismo o tecnocracia es un falso dilema que se basa en el diagnóstico errado de la muerte de la democracia. Reducir el campo de visión a ambas opciones, como un menú ya preseleccionado, implica negar la posibilidad de echar a andar la democracia de una vez por todas. No obstante, si nos vamos a aferrar al viejo ideal democrático, tiene que ser con certidumbre, decisión y nuevos bríos. Parecerá una necedad pero la interrogante principal podría ser ¿y si la democracia falla, no porque sea demasiado ambiciosa, sino porque tenemos demasiado poca? ¿Qué tal llevar la democracia más allá, a dominios que no eran antes considerados?
Esta es la propuesta de la democracia económica. Quienes la proponen aducen que la democracia falla en la actualidad debido a una asimetría fundamental de sus principios. Mientras que la democracia liberal asume que todos somos iguales en el ámbito político, no se preocupa por propiciar que lo seamos en el económico (y social a fin de cuentas). En consecuencia, el espíritu democrático se ve envuelto en contradicciones y ambivalencias cuando supera el dominio de lo estrictamente político haciendo que algunos ciudadanos sean más iguales que otros.
De acuerdo con algunos teóricos, la democracia económica debería fundarse en tres pilares confluyentes[2]:
1. La posibilidad de la colectividad tomar decisiones sobre aspectos políticos, económicos y sociales.
2. La propiedad colectiva de las fuentes de riqueza como una forma de que su usufructo abone al bien común.
3. La necesidad de una cultura de participación activa orientada por la deliberación pública.
En resumen, antes que populismo o tecnocracia, más democracia. Esto se dice fácil, no obstante requerirá que reinventemos la política para desarrollar instituciones que permitan mayor involucramiento colectivo y personas mejor dispuestas a utilizar su estatus de ciudadanía de forma ética e inteligente. Trataré de aterrizar en próximas entradas en este blog sobre ideas más concretas para llevar esta tarea a cabo.
Alejandro Aguilar Nava
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