Violencia, inseguridad y Pensamiento Social Cristiano
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Violencia, inseguridad y Pensamiento Social Cristiano


A diferencia de lo que ocurre con otros fenómenos, como la migración y la pobreza, el pensamiento social cristiano ha reflexionado poco en torno a la violencia. No se me malentienda, las comunidades religiosas han sido y son actores clave en los procesos de construcción de paz en diferentes latitudes, pero aún falta mucho por reflexionar desde el PSC. Además de ello, conviene rescatar, visibilizar y crear puentes entre los diferentes aportes que, desde la pastoral, se han hecho para construir la paz.


Ahora bien, que haya poca reflexión no significa que no se haya reflexionado nada. La Doctrina Social de la Iglesia recuerda con vehemencia que, respecto a la solución de los conflictos y defensa de la justicia, el método aceptable para el cristiano es el amor y no la violencia. En palabras de San Juan Pablo II, la violencia “es un mal, […] es inaceptable como solución a los problemas, […] es una mentira porque va en contra de la verdad de nuestra fe, de la verdad de nuestra humanidad.” (Liturgia de la palabra en Drogheda, 1979) Incluso la DSI no considera como ideal la legítima defensa (Gaudium et Spes, 78) y es muy incisiva al insistir en que el ejercicio de la violencia legítima por parte del Estado debe respetar, siempre y en todo momento, los derechos fundamentales del ser humano.


No obstante, el magisterio de la Iglesia no se ha limitado a condenar la violencia. Sino que ha insistido en la necesidad de suprimir los estados de injusticia que fomentan el recurso de aquella. En forma concreta, desde Populorum Progressio hasta Fratelli Tutti, la DSI reconoce a las desigualdades y la falta de solidaridad como las principales causas de la violencia e insta a luchar contra ellas.


Así, recientemente, por un lado, el papa Francisco señala que “hasta que no se reviertan la exclusión y la inequidad dentro de una sociedad […] será imposible erradicar la violencia.” El pontífice identifica a las desigualdades (la inequidad) como el caldo de cultivo de las distintas formas de la agresión y señala al sistema social y político injusto, que excluye, como la raíz del problema. Al mismo tiempo, denuncia a todos aquellos que, argumentando seguridad, piden violencia para acabar con la violencia y estigmatizan a los más pobres, haciendo victimario a la víctima. (Evangelii Gaudium, 59) Además, señala el estado de indefensión en que el sistema deja a las y los descartados, dejándolos a merced de las mafias quienes se presentan como “protectoras” de los olvidados, involucrándolos en sus filas delictivas y generando lazos de dependencia y subordinación de los cuales es muy difícil librarse. (Fratelli Tutti, 28)


Por otro lado, el papa subraya cómo la violencia destruye la solidaridad que debería hermanar a los seres humanos, alimentando la desconfianza que, a la postre, genera más violencia. “Así, nuestro mundo avanza en una dicotomía sin sentido con la pretensión de «garantizar la estabilidad y la paz con base a una falsa seguridad sustentada por una mentalidad de miedo y de desconfianza.»” (Fratelli Tutti, 26)


Por ello, debemos volver a la parábola del Buen Samaritano (Lc 10, 25-37) para inspirar nuestro actuar contra la violencia. Como bien recuerda el papa, la parábola empieza con un asalto consumado en el que el samaritano no se detiene a lamentar el hecho, ni busca a los asaltantes, sino que se concentra en la víctima. Así nosotros debemos cuidar de no dejar tirada a la víctima para correr a guarecernos de la violencia o por perseguir a los ladrones. La parábola continúa con la indiferencia de personas religiosas, la cual es peligrosa porque nos distancia del otro y nos deja en la inacción. La parábola llega a su clímax y final con la acción del samaritano, una acción incondicionada. Así, nosotros debemos superar el engaño del “todo está mal, nadie puede arreglarlo, nada puedo hacer yo” que nos hace cómplices de los asaltantes. (Fratelli Tutti, 72-75)

Para finalizar, ¿qué podemos hacer como cristianos ante la violencia? La respuesta es compleja y requiere la discusión de todas y todos, pero daré tres pinceladas:



1. Continuar con la denuncia profética de la violencia, pero no solo de la ejercida por los grupos criminales, sino también de la efectuada por las mismas instituciones estatales. Por ejemplo, la militarización que pese a demostrarse ser una política pública fallida, sexenio a sexenio se insiste en mantenerla; así como la impunidad y la corrupción que entorpecen la búsqueda de justicia.

2. Complejizar el análisis. La violencia y la inseguridad son fenómenos multicausales que, además, son de difícil aproximación. Pero de los que lamentablemente todos tenemos una opinión al respecto. Hay que evitar las generalizaciones superficiales y tratar de analizar el problema a nivel local, considerando el mayor número posible de aristas. En este sentido, recomendamos revisar la página de México Unido contra la Delincuencia (MUCD), quienes realizan un extraordinario trabajo de investigación y divulgación en la materia.

3. Promover la participación ciudadana. No se trata de que la ciudadanía enfrente a los grupos criminales, sino de que se involucre en la solución de los problemas comunes que propician los fenómenos delictivos y la violencia. Esto puede hacerse promoviendo la creación de capital social (redes, confianza y reciprocidad); creando, apoyando y/o fortaleciendo asociaciones civiles; e impulsar proyectos de economías sociales, solidarias e incluyentes.


David Eduardo Vilchis Carrillo

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