Vivir el misterio de salvación en Semana Santa

P. José Andrés Bravo H.

Vivir la Semana Santa es contemplar a Jesús y su Evangelio, para conocerlo, amarlo y seguirlo. Para sembrar en nuestro corazón su enseñanza y amar a los demás, especialmente a los pobres, hasta el sacrificio de la Cruz. Celebrar cada paso, desde la llegada a Jerusalén hasta su entrega en la Cruz como esperanza de vida eterna con su Resurrección. Es trascender al encuentro con nuestros hermanos hasta el gozo del Reino de Dios. Convertirnos para ser perdonados y perdonar para construir la comunión fraterna.

El domingo de Ramos se vive recibiéndolo con alabanzas como Pueblo peregrino que marcha con Él hacia la Jerusalén Celestial. Unidos en comunión como oyentes de la Palabra de Dios que nos comunica la pasión y muerte del Salvador. Así comenzamos el camino de la Cruz que nos redime de la maldad. En este camino no nos olvidemos de mirar al pobre maltratado, sufriendo las consecuencias del pecado, para servirle como lo hace Jesús.

El Miércoles Santo contemplamos a Jesús Nazareno cargando con la Cruz, para entregarnos como Él.

El Jueves Santo celebramos una Eucaristía bella, llena de signos de amor, comunión y entrega. Es la Eucaristía que vivimos con Jesús en su Última Cena, donde nos pide amarnos como Él nos ama, hasta el sacrificio de la Cruz. Ahí, en la Cruz, se celebra la verdadera Eucaristía como verdadero Sacerdote. Sacramento que nace en la Última Cena. Pues es en la Cruz donde el Cordero de Dios quita el pecado del mundo, vence el mal amando con el amor más grande. Es compartiendo la Cena Pascual de su Pueblo donde nos enseña también a lavarnos los pies los unos a los otros. Esto significa servirnos como hermanos.

Después de la Solemne Eucaristía del Jueves Santo, el Pueblo de Dios entra en un estado espiritual de oración y recogimiento, como si se retirara al Monte de los Olivos para orar con Jesús y ofrecer el amor por los pecados de nosotros, hasta la hora de la Pasión y Muerte del Salvador el Viernes Santo, día del Amor Grande. Ese Viernes nos reunimos para un Acto piadoso de Adoración a la Cruz y la meditación del relato de la Pasión y Muerte de Jesús.

Hasta volvernos a retirar en la paciente espera del día Glorioso de Domingo de  Resurrección, nuestra Nueva Pascua, la que da sentido a nuestra vida cristiana. Por eso, la víspera, Sábado de Gloria, vivimos la Fiesta Mayor, la más Gloriosa y hermosa, la Madre de las vigilias, la Vigilia de Pascua de Resurrección. El Amor triunfa y derrota al pecado. Nace el Nuevo Pueblo de la Nueva Alianza. Ya no hay cenizas, sino Luz que alumbra la lámpara del Amor Redentor. El canto de Gloria se escucha con gran solemnidad. La Eucaristía con Nueva entrega, la novedad de la Palabra de Dios suena con alegría y el ¡Aleluya! une a la humanidad con auténtica hermandad. Nace el Nuevo Cielo y la Nueva Tierra.

La Iglesia debe anunciar la Nueva Buena, con la Palabra, la Eucaristía y, sobre todo, con el testimonio del amor. Debemos comprometernos a que resucite también un pueblo nuevo, donde no haya sufrimientos, ni odios, ni divisiones, ni violencias, ni injusticias. ¡Vivamos como Resucitados!